¿QUÉ ES UN CUENTO?

El cuento es una forma literaria definida como una forma breve de narración, ya sea expresada en forma oral o escrita. Posee ciertas características que permiten definirlo a grandes rasgos. Dentro de estas características nos encontramos con que se trata siempre de una narración, del acto de contar algo en forma breve, en un corto espacio de tiempo. Un cuento es una narración ficticia que puede ser completamente creación del autor, o bien, puede basarse en hechos de la vida real, que podrían incluso ser parte de la vida del autor.

El autor se ocupa de tomar un sólo tema como el principal, produciendo un efecto sobre el lector o el auditor, y cierra el desarrollo de dicha temática con un final que, muchas veces, es inesperado, mientras que en otras ocasiones es absolutamente algo predecible.

Un cuento siempre posee ciertos elementos esenciales que forman su estructura. El primero de ellos guarda relación con el hecho o suceso narrado, desde donde se desarrolla el tema central del cuento. En segundo lugar, el contenido, el que le aporta al cuento lo novedoso, lo que le permite ser una interpretación particular de la realidad, aunque esta sea ficticia. Finalmente, la expresión, ya sea lingüística o escrita, es lo que permite objetivar un cuento, pudiendo así poseer un receptor, un lector o auditor, que al escuchar o leer permiten que el cuento adquiera significado y vida.

Así como en la mayoría de las narraciones, los personajes son un elemento fundamental en los cuentos. Ellos pueden estar constituidos por animales, personas o cosas que participan e interactúan entre sí en la historia que se está narrando. Existen ciertos personajes que son más importantes que otros, pudiendo así realizar la división entre protagonistas y personajes secundarios. Muchas veces quien cuenta la historia, también participa de ella, de este modo, el narrador forma parte de los personajes.

'ANONYMOUS', SHAKESPEARE LA PELICULA, ALGUNAS DE SUS TANTAS CRITICAS


Lo que nos propone ‘Anonymous’ es que William Shakespeare no escribió ni una sola de sus obras, ya que en realidad era un analfabeto que se aprovechó de una singular situación. ¿Qué situación es esa? Básicamente, un noble inglés se vio obligado a reprimir de cara al público su amor por la escritura, pero ha llegado un punto en el que ya no puede resistirse más y encarga al escritor Ben Jonson que firme sus obras como suyas y las lleve a escena. 

El problema es que Jonson no termina de decidirse a firmarlas como suyas y es ahí donde aparece Shakespeare para aprovecharse de ello y conseguir una fama inmerecida. Paralelamente, las cosas se están complicando en la Corte, ya que hay muchas personas interesadas en elegir el sucesor de la reina y por el camino encontraremos varias subtramas propias del peor de los culebrones. Vamos, un argumento muy disparatado que parece propio de una comedia, pero que es presentado como si fuese un drama con aspiraciones al Oscar.

Pese a no ser el único que tiene problemas con lo que han hecho con Shakespeare, creo que conviene aclarar mejor si la película tiene más defectos o es que simplemente me ciega el odio por un hecho puntual en la película: La historia no tiene ni pies ni cabeza y la conspiración que la película promete desvelar es una de las mayores mamarrachadas a las que me he enfrentado en una sala de cine. ‘Anonymous’ es el ejemplo perfecto de cómo un mal guión puede destruir cualquier posibilidad de que una película pueda ser buena. Y es que el guionista John Orloff ha creado algo que atenta contra el concepto básico de la suspensión de la incredulidad. ¿Qué pasa cuando no puedo creerme nada de lo que se me está contando? Nada bueno, eso ya os lo puedo asegurar.

El primer problema, como ya he apuntado, viene en el tono de la historia. El desprestigio hacia Shakespeare se utiliza para crear un héroe con el que el público tendría que empatizar, ya que él es el punto de unión entre las dos grandes tramas que aparecen en la película (la teatral y la de la corte), pero la sensación que queda es la de no importarte lo más mínimo lo que le pase. Eso es algo que se extiende al resto de personajes, ya que únicamente Sebastian Armesto como Ben Jonson consigue transmitirnos algo con su odio hacia Shakespeare por ser un vulgar impostor que encima se aprovecha todo lo que puede de su situación. El problema es que no sé si lo logró por méritos propios por odiar lo mismo, pero por diferentes motivos. El resto se balancea entre el estereotipo (los villanos), lo superficial (la reina) y lo anodino (los que quieren dar una especie de golpe de estado). A que la historia carezca de credibilidad hay que añadir entonces unos personajes bastante pobres sin capacidad de empatía para con el espectador.

RESUMEN DE LAS OBRAS LA ILÍADA Y LA ODISEA DE HOMERO


La ilíada
Es “el poema de la guerra, la furia y la muerte” y está compuesto por más de 15.000 versos repartidos en 24 cantos. Cuenta algunos sucesos de la primera parte del “ciclo troyano” –no todos- acontecidos durante la guerra de Troya, que sucedió aproximadamente sobre el año 1250 a.C.: el asedio que las tropas griegas dirigidas por el rey de reyes Agamenón hicieron sobre las murallas de la inexpugnable Ilión (Troya), la de los muros erigidos por el dios Poseidón y gobernada por el rey Príamo. Sin embargo, de los 10 años de asedio, Homero apenas si nos cuenta los episodios de un par de meses en el décimo año de guerra, la llamada “cólera de Aquiles”:

el enfrentamiento del protagonista griego con Agamenón a causa de una esclava prisionera, Briseida; el retiro de Aquiles del combate y las consiguientes derrotas griegas, huérfanas del primero de sus héroes; la lucha de Patroclo con las armas del “pélida” y su muerte; el dolor de Aquiles y su retorno al combate para vengar la muerte de su favorito; por último, la derrota del troyano Héctor, cuyo cadáver es cruelmente arrastrado en torno a la ciudad, y la entrega de su cadáver al rey Príamo, para celebrar unos funerales apropiados.

 Este es el argumento de la obra. Sabemos que el relato general del “ciclo” tiene su origen y su propio desenlace, su comienzo y su final, pero Homero sólo se detiene en un episodio lleno de escenas de especial relevancia: los brutales combates entre nobles, el llamado “catálogo de las naves” en el que se enumeran las fuerzas de los griegos, la despedida de Héctor y su esposa Andrómaca, o la asamblea de los dioses, presidida por Zeus, discutiendo sobre la suerte de los combatientes. En estos episodios se detallan con atención y solemnidad los rasgos de los personajes (y sus epítetos: Aquiles es “el de los pies ligeros”; Ulises “el astuto”, “el de muchos recursos”; la diosa Atenea “la de ojos glaucos”, etc.)., principales y secundarios, humanos y divinos, en torno a los cuales los dioses del Olimpo intervienen a favor o en contra de los bandos contendientes.

Biografía: Homero (S.VIII A.C.)

HOMERO
(s.VIII a.C.) Poeta griego. En palabras de Hegel, Homero es «el elemento en el que el mundo griego vive como el hombre vive en el aire». Admirado, imitado y citado por todos los poetas, filósofos y artistas griegos que le siguieron, es el poeta por antonomasia de la literatura clásica, a pesar de lo cual la biografía de Homero aparece rodeada del más profundo misterio, hasta el punto de que su propia existencia histórica ha sido puesta en tela de juicio.

Las más antiguas noticias sobre Homero sitúan su nacimiento en Quíos, aunque ya desde la Antigüedad fueron siete las ciudades que se disputaron ser su patria: Colofón, Cumas, Pilos Ítaca, Argos, Atenas, Esmirna y la ya mencionada Quíos. Para Simónides de Amorgos y Píndaro, sólo las dos últimas podían reclamar el honor de ser su cuna.
Aunque son varias las vidas de Homero que han llegado hasta nosotros, su contenido, incluida la famosa ceguera del poeta, es legendario y novelesco.

La más antigua, atribuida sin fundamento a Herodoto, data del siglo V a.C. En ella, Homero es presentado como el hijo de una huérfana seducida, de nombre Creteidas, que le dio a luz en Esmirna. Conocido como Melesígenes, pronto destacó por sus cualidades artísticas, iniciando una vida bohemia. Una enfermedad lo dejó ciego, y desde entonces pasó a llamarse Homero. La muerte, siempre según el seudo Herodoto, sorprendió a Homero en Íos, en el curso de un viaje a Atenas.

Los problemas que plantea Homero cristalizaron a partir del siglo XVII en la llamada «cuestión homérica», iniciada por François Hédelin, abate de Aubignac, quien sostenía que los dos grandes poemas a él atribuidos, la Ilíada y la Odisea, eran fruto del ensamblaje de obras de distinta procedencia, lo que explicaría las numerosas incongruencias que contienen.

Sus tesis fueron seguidas por filólogos como Friedrich August Wolf. El debate entre los partidarios de la corriente analítica y los unitaristas, que defienden la paternidad homérica de los poemas, sigue en la actualidad abierto.

Escribió  la  "Iliada  y  la  Odisea",  dos  epopeyas  heroícas  que  celebran  las  hazañas  de  los  héroes  legendarios .  La  Iliada  nos  habla  del  valor  y  la  fuerza  de  los  héroes  griegos.  La
Odisea  nos  cuenta  la astucia  e  ingenio.  

Los  poemas   expresan  sentimientos  generosos  de  la  humanidad,  episodios  pastoriles  de  la  época. Describe  a  cada  uno  de  sus  personajes  en  la plenitud  de  sus  emociones.  Con  sus  poemas  se   da   inicio a   la  literatura  griega  o  clásica , influenciando  en  la  literatura  occidental. Escribe  un  lenguaje  donde  destacan  los  epitetos  y perífasis.Es  la  única  que  surgío  en  las  manifestaciones  sociales  y  culturales  de  su  pueblo;  nos  muestra  una  fuente  de  espiritu  religioso  donde  rinden  culto  a  sus  dioses.

Es  considerado  uno  de  los  cuatro  grandes  clásicos  de  la  literatura  universal.

La  iliada  y  la  odisea  se  centran  en  la  lucha  de  los  héroes  por  evitar  su  destino,  que  ha  sido determinado  por  los  dioses.
Ya  anciano  también  fué  aedo.andó  por  las  ciudades  cantando  sus  versos  y  mendigando.

Trás  su  triste  andar por  la  vida ,  después  de  ser  autor  de dos  extraordinarias  y  famosos poemas  épicos  muere  en  la  isla  de  cos,en  el  mar  egeo.

Volverán Las Oscuras Golondrinas (Gustavo Adolfo Bécquer)

Volverán las oscuras golondrinas
En tu balcón sus nidos a colgar,
Y otra vez con el ala a sus cristales,
Jugando llamarán;



Pero aquellas que el vuelo refrenaba
Tu hermosura y mi dicha al contemplar;
Aquellas que aprendieron nuestros nombres,
Esas... ¡no volverán!



Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar,
Y otra vez a la tarde, aun mas hermosas,
Sus flores abrirán;



Pero aquellas cuajadas de rocío,
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer, como lágrimas del día...
Esas... ¡no volverán!



Volverán del amor en tus oídos
Las palabras ardientes a sonar;
Tu corazón, de su profundo sueño
Tal vez despertará;



Pero mudo y absorto y de rodillas
Como se adora a Dios ante su altar,
Como yo te he querido... desengáñate,
¡Así no te querrán!

La Princesa Está Triste (Rubén Darío)


La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
Está mudo el teclado de su clave sonoro,
Y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.


El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
Y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
La princesa persigue por el cielo de Oriente
La libélula vaga de una vaga ilusión.


¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
O en el que ha detenido su carroza argentina
Para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
O en el que es soberano de los claros diamantes,
O en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?


¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
Tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
Ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
Saludar a los lirios con los versos de mayo
O perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
Ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
Ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
Los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
De Occidente las dalias y las rosas del Sur.


¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
En la jaula de mármol del palacio real;
El palacio soberbio que vigilan los guardias,
Que custodian cien negros con sus cien alabardas,
Un lebrel que no duerme y un dragón colosal.


¡Oh, quién fuera hipsofilo que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
-la princesa está pálida, la princesa está triste-,
Más brillante que el alba, más hermoso que abril!


-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

QUE ES EL MODERNISMO (LITERATURA EN ESPAÑOL)



En la literatura en lengua española, el término modernismo denomina a un movimiento literario que se desarrolló entre los años 1880-1910, fundamentalmente en el ámbito de la poesía, que se caracterizó por una ambigua rebeldía creativa, un refinamiento narcisista y aristocrático, el culturalismo cosmopolita y una profunda renovación estética del lenguaje y la métrica.

Se conoce por modernismo a la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu y que se manifiesta en el arte, la ciencia, la religión y la política. En ciertos aspectos su eco se percibe en movimientos y en corrientes posteriores. En las raíces del Modernismo hay un profundo desacuerdo con la civilización burguesa. En ciertos sentidos, se trata de una corriente heredera del Posromanticismo decimonónico, al que da una especie de salida, y en las demás artes esta estética se plasma en las formas del Art Nouveau (en Bélgica y Francia), Modern Style (en Inglaterra), Sezession (en Austria), Jugendstil (en Alemania y Países Nórdicos), Liberty (en Estados Unidos), Floreale (en Italia), y Modernismo artístico (en España e Hispanoamérica).

Características del modernismo

El Modernismo es objeto de distintas interpretaciones, con estas dos posturas fundamentales:
La más restrictiva lo considera un movimiento literario bien definido que se desarrolló entre 1887 y 1910.

La más amplia considera que el modernismo no es sólo un movimiento literario sino toda una época y la actitud que le sirvió de base.

Conciliando ambas, cabría definir el modernismo literario como un movimiento de ruptura con la estética vigente que se inicia en torno a 1880 y cuyo desarrollo fundamental alcanza hasta la Primera Guerra Mundial. Tal ruptura se enlaza con la amplia crisis espiritual de fin de siglo.
El modernismo hispánico es una síntesis del Parnasianismo y del Simbolismo: del primero toma la concepción de la poesía como bloque marmóreo, con el anhelo de perfección formal, los temas exóticos, y los valores sensoriales; del segundo la concepción de que el arte debe sugerir, y la búsqueda de efectos rítmicos dentro de una variada musicalidad. El Modernismo también subsume, aunque con menos importancia, corrientes estéticas como el Decadentismo y La Hermandad Prerrafaelita. Las principales características del modernismo son:

El rechazo de la realidad cotidiana, ante la cual el escritor puede huir en el tiempo (evocando épocas pasadas y mejores) o en el espacio (muchos de los poemas se desarrollan en lugares exóticos y lejanos).

Memorias Del Subsuelo (Fedor Dostoievski)


Soy un enfermo...un hombre malo. No hay nada de atrayente en mí. Creo que mi hígado anda mal. Pero en verdad no sé absolutamente nada acerca de mi dolencia, ni siquiera estoy muy seguro de cuál es. No estoy bajo tratamiento, y nunca lo estuve, aunque siento gran respeto por la medicina y los médicos. 

Además lo bastante para respetar a la medicina. Dada mi educación, no debería ser supersticiosa, pero lo soy. No, yo diría que rechazó la ayuda médica nada más que por espíritu de contradicción. No espero que me entiendan esto, pero así es. Por supuesto, no puedo explicar a quién trata de engañar de esta manera. Tengo plena conciencia de que no me es posible perjudicar a los médicos impidiendo que me curen. Sé muy bien que el perjudicado soy yo, y nadie más. Pero de cualquier manera, sólo por malicia me niego a aceptar su ayuda. ¿Me duele el hígado? ¡Magnífico, que siga doliendo!

  Hace mucho tiempo que vivo así, veinte años o más. Ahora tengo cuarenta. Antes era empleado del gobierno, pero ya no. Era un mal funcionario, grosero, y me complacería serlo. Como no aceptaba sobornos, tenía que compensarlo de alguna manera. (Esta es una pésima muestra de ingenio, pero no la borraré ahora. La escribí pensando que parecería chistosa. Pero ahora me doy cuenta de que es una jactanciosidad vulgar, de modo que la dejaré sólo por este motivo).

  Cuando los peticionantes se acercaban a mío escritorio en procura de información, les mostraba los dientes, y me sentía indescriptiblemente dichoso cuando lograba que uno de ellos se sintiera desdichado. Por lo general eran personas tímidas pues iban a pedir algo. Pero uno de ellos constituía una excepción a la regla. Era un oficial, y yo experimentaba una particular repugnancia hacia él. No se dejaba amedrentar. Tenía una forma especial de hacer tintinear el sable. Desagradable. Durante dieciocho meses le hice la guerra cuando yo era todavía joven.

¿Quieren que les diga que pasaba verdad? Bueno, el centro del asunto, el aspecto más repulsivo de mi maldad, era que cuando estaba en mi peor humor hepático, tenía conciencia de que en verdad no era tan perverso ni tan colérico, y que no hacia más pasar el rato, por decirlo así, para distraerme. Puede que estuviera echando espumarajos de furia, pero si uno me traía una muñeca para jugar, o me ofrecía una buena taza de té con azúcar, lo más probable era que me calmara. E inclusive me sentía profundamente conmovido, aunque enojado conmigo mismo; y más tarde hacía rechinar los dientes y perdía el sueño durante varios meses. Así era yo.

 Hace un momento mentí, cuando dije que fui un mal funcionario. Y mentí por malicia. Me divertía a costa de los peticionantes y de ese oficial, pero en el fondo nunca puede ser malo. Conocía los numerosos elementos que había en mí, y que eran lo contrario de la maldad. Sentía que bullían en mí desde toda la vida, que trataban de salir a la superficie, pero yo les impedía hacerlo. Me atormentaban, me provocaban vergüenza y convulsiones, y me tenía harto. ¡Ah, qué cansado estaba de ellos! ¿Les parece que estoy tratando de justificarme, de pedirles que me perdonen? No me cabe duda de que piensan eso...Bueno, créanme, no me importa que piensen así.

No conseguía ser malo, pero tampoco amistoso, ni infame, ni honrado, ni un héroe, ni un insecto. Y ahora vivo mi vida en un rincón, trato de consolarme con la estúpida, inútil excusa de que un hombre inteligente no puede convertirse en nada, de que solo un tonto puede hacer consigo lo que quiera. 

Es verdad que un hombre inteligente del siglo XIX tiene que ser una criatura invertebrada, en tanto que un hombre de carácter, el hombre de acción, es, en la mayoría de los casos, una persona de inteligencia ilimitada. Esta es mi convicción a los cuarenta años de edad. Ahora tengo cuarenta, y cuarenta años es toda una vida; cuarenta años es la vejez. ¡Es indecente, vulgar e inmoral vivir más allá de los cuarenta! ¿Quién lo logra? Contésteme con sinceridad. 

O déjenme que contesto yo: los tontos e inútiles. Esto lo repetiré en la cara de cualquiera de esos venerables patriarcas, de todos esos respetables hombres canosos, para que lo escuche todo el mundo. Y tengo derecho a decirlo, porque yo viviré hasta los sesenta. ¡Hasta los setenta! ¡Llegaré a los ochenta...! Esperen, déjenme recobrar el aliento...

  ¿Piensan que estoy tratando de hacerles reír? Entonces han vuelto a entenderme mal. No soy en modo alguno el tipo alegre que creen, o que podrían creer que soy. Pero si les irrita mi parloteo (y siento que ya debe molestarles), y tienen ganas de preguntarme quién diablos son al fin de cuentas, tendré que contestar que soy un asesor colegiado, empleado de octava clase. Entre en el servicio para poder comer (y sólo por eso). Pero cuando murió un pariente lejano, dejándome seis mil rublos, renuncié en el acto y me instalé aquí, en mi rincón. 

He vivido aquí aún antes de eso, pero ahora estoy establecido de verdad. Mi habitación es miserable y fea, y se encuentra en las afueras de la ciudad. La criada es una campesina, mala por pura estupidez; además, siempre huele mal. Me dicen que el clima de Petersburgo es malo para mí y que, dado lo escaso de mis ingresos, resulta un lugar muy caro. Todo eso lo sé. Lo sé mejor que todos mis presuntos consejeros. ¡Pero me quedaré en Petersburgo! ¡No me iré! No me iré porque...


(...) ¿Quién fue el primero que dijo que el hombre hace cosas feas sólo porque no sabré cuáles son sus verdaderos intereses, que si alguien lo esclareciera en ese sentido dejaría inmediatamente de actuar como un cerdo y se volvería noble y bondadoso? Al verse esclarecido, continua el argumento, y al advertir en qué consiste en su verdadero interés, se daría cuenta de que este tiene su centro en la acción virtuosa. 

Y como ya se sabe que un hombre no actúa en forma deliberada contra sus intereses, se seguiría de ello que no tendría más elección que las de volverse bueno. ¡Oh, cuánta inocencia! ¿Desde cuándo, en estos últimos milenios, ha actuado el hombre exclusivamente por su propio interés? ¿Y qué hay de los millones de hechos que demuestran que los hombres, de modo deliberado y con pleno conocimiento de cuáles eran sus verdaderos intereses, los despreciaron y se precipitaron en una dirección distinta? Y lo hicieron por su propia cuenta, sin que nadie los aconsejara, negándose a seguir el camino seguro, trillado, y lo siguieron con empecinamiento, a oscuras. ¿No sugiere esto que la testarudez y la terquedad eran más fuertes en esos hombres que sus intereses?

¡Interés! ¿Qué interés? ¿Pueden ustedes definir cuál es el interés de un ser humano? Y supongamos que el interés de un hombre no sólo concuerda con algo dañino, antes que con algo ventajoso, sino que además lo exige. Por supuesto, si ese caso es posible, entonces la regla queda reducida a polvo. 

Y ahora díganme: ¿es posible un caso así? Pueden reír, si lo desean, pero quieren que me contesten lo siguiente: ¿no hay una medida exacta para las ventajas humanas? ¿No se omiten algunas que no pueden ser incluidas en esta clasificación? Por lo que puede entender, ustedes han basado su escala de ventaja en promedios estadísticos y en fórmulas científicas pensadas por los economistas. 

Y como la escala está compuesta de intereses tales como la felicidad, la prosperidad, la libertad, la seguridad y todo lo demás, un hombre  que de modo deliberado hiciera caso omiso de dicha escalera sería tachado por ustedes -y también por mí en realidad- de oscurantista, de loco de remate. Pero lo verdaderamente notable es que los estadísticos, los sabios  y los humanitarios de ustedes, cuando hacen la lista de los intereses humanos, insisten en omitir uno de ellos. Jamás se acuerdan de él, con lo cual invalidan todo sus cálculos. Cualquiera creería que es muy fácil agregarlo a la lista. Pero ese es el problema; no encaja en ninguna escala ni diagrama.

 Por ejemplo, damas y caballeros, yo tengo un amigo; es claro que también es amigo de ustedes y en realidad, de todo el mundo. Cuando a punto de hacer algo, este amigo explicar con palabras pomposas y en detalle de qué manera debe actuar para concordar con los preceptos de la justicia y razón. Más aún, se muestra apasionado cuando perora sobre los intereses humanos; desprecia a los tontos miopes que no saben qué es la virtud o qué les conviene. 

Luego, exactamente quince minutos después, sin un motivo externo evidente, pero impulsado por algo interior, más fuerte que toda consideración de intereses, describe una pirueta y dice todo lo contrario de lo que ha venido diciendo. A saber, desacredita las leyes de la lógica y sus propios intereses; en una palabra, lo ataca todo...

Ahora bien, como mi amigo es un tipo complejo, no es posible desecharlo por considerarlo un individuo raro. De manera que quizás exista algo que todos los hombres valoran por encima de las más altas ventajas individuales, o (para no ser ilógicos) es posible que haya una ventaja humana mas ventajosa (precisamente la que siempre se omite) que también es más importante que las otras y por lo cual un hombre, si es necesario, hará frente a la razón, el honor, la seguridad y la prosperidad -en una palabra, a todas las cosas bellas y útiles- nada más que para alcanzarla, para lograr la ventaja más ventajosa de todas, las más cara para él.

 -Y qué - me interrumpirán ustedes-; de cualquier manera es una ventaja.

 Un momento. Quiero expresarme con claridad. No es un problema de palabras. Lo notable de ventaja es que transforma todas las clasificaciones y tablas compuestas por los humanitaristas para felicidad del género humano,. Las ahuyenta, por decirlo así. Pero antes de dar nombre a esa ventaja, permítaseme comprometerme y declarar qué todos esos encantadores sistemas, todas esas teorías que explican al hombre cuál es su verdadero interés, de modo que al alcanzarlo se vuelva en el acto bueno, y noble, todas ellas no son, en mi opinión, otra cosa que estériles ejercicios de lógica. Sí, nada más que eso. 

Por ejemplo, proponer la teoría de la regeneración  humana por la búsqueda de sus verdaderos intereses es, creo yo, casi como...bueno, como, decir, cual dice H.T. Buckle, que el hombre madura bajo la influencia de la civilización y se vuelve menos sanguinario y propenso a hacer la guerra. Para llegar a esta conclusión parece haber seguido un razonamiento lógico.

Pero los hombres lo adoran los razonamientos abstractos y las sistematizaciones bien elaboradas, a tal punto, que no les molesta deformar la verdad, cierran  los ojos y los oídos a todas las pruebas que los contradicen, con tal de conservar sus construcciones lógicas. Y yo diría que el ejemplo que he tomado aquí es en verdad flagrante. No hay más que mirar en torno y se verán derramamientos de sangre, y la sangre es derramada casi jugando, como si fuese champagne. ¡Ahí tienen a Estados Unidos, esa indisoluble unión, hundida hasta el cuello en la guerra civil! Ahí tiene la farsa de Schleswig-Golstein...

¿Y qué hay en nosotros que haya sido suavizado por la civilización? Afirmo que lo único que ésta hace es desarrollar en el hombre una mayor capacidad para experimentar una mayor variedad de sensaciones. Y nada, absolutamente nada más. Y gracias a ese desarrollo, es posible que el hombre pueda todavía aprender a gozar con el derramamiento de sangre. ¡Pero su eso ya ha sucedido! ¿Se han dado cuenta, por ejemplo, de que los tiranos, mas refinados y sanguinarios, comparados con quienes los Atila y los Stenka Tazin equivalen a simples niños de coro, son a menudo exquisitamente civilizados? En realidad, si no resultan tan notables es porque hay demasiados de ellos, y porque se nos han vuelto demasiado familiares. La civilización ha hecho al hombre, si no siempre mas sediente de sangre, por lo menos mas furiosas, mas horriblemente sanguinario.


 En el pasado se veía justicia en el derramamiento de sangre, y se mataba, sin mayores remordimientos de conciencia, a aquellos a quienes se consideraban necesario matar. Hoy, aunque consideramos espantoso derramar sangre, seguimos haciéndolo, y en escala mucho mayor que hasta ahora. Se ha dicho que Cleopatra -y, por favor, perdónenme por este ejemplo de la historia antigua- sentía placer cuando clavaba agujas de oro en los pechos de sus esclavas, que se deleitaba con sus gritos y contorsiones. Podrán ustedes objetarme que esto sucedía en tiempo relativamente bárbaros; o quizá digan que todavía hoy vivimos en una época bárbara (también en términos relativos), que todavía se clava agujas a la gente y que aún hoy, aunque el hombre ha aprendido a tener más discernimiento que en tiempos antiguos, todavía debe aprender a seguir los dictados de su razón.


Ello no obstante, en los pensamientos de ustedes no cabe duda alguna de que lo aprenderá en cuanto se haya liberado de ciertas malas costumbres antiguas, y cuando el buen sentido y la ciencia hayan reeducado por completo la naturaleza humana, dirigiéndola por los caminos adecuados. Parecen estar seguros de que el hombre mismo abandonara sus extravíos por su propia y libre voluntad, y dejará de oponer su arbitrio a sus intereses. 


Más aún: dicen que la ciencia enseñará al hombre (aunque se me ocurre que esto es un lujo) que no tiene voluntad ni caprichos- que en verdad nunca los tuvo-, que es algo así como un teclado de piano o un pedal de órgano; que por otra parte, hay en el universo leyes naturales, y que todo lo que le ocurre sucede fuera de su voluntad, por sí mismo, como si dijéramos, en consonancia con las leyes de la naturaleza. Por lo tanto, lo único que queda por hacer es descubrir esas leyes y el hombre ya no será responsable de sus actos. 


Entonces la vida resultará en verdad fácil para él. Todos los actos humanos serán incorporados, por medio de una lista, a algo así como tablas de logaritmos, digamos hasta el número 108.000, y trasladaos a un almanaque. O mejor aún, aparecerán catalogados destinados a ayudarnos tal como hacen los diccionarios y las enciclopedias. Contendrán detallados cálculos y pronósticos exacto de todo lo que vendrá, de modo que ya no sean posible en este mundo las aventuras ni la acción.


Y entonces -ustedes son quienes hablan- surgirán nuevas relaciones económicas, relaciones hechas de medida y calculadas de antemano con precisión matemática, de forma que en el acto desaparecen todos los problemas posibles, porque todos reciben las soluciones posibles. Y entonces se levantará el utópico palacio de cristal; y entonces...bueno, la vida será eterna bienaventuranza.


Por supuesto, ni pueden garantizar (ahora hablo yo) que eso no resulte espantosamente aburrido (¿pues qué se podrá hacer cuando todo esté predeterminado por almanaques?). Pero, por otra parte, todo estará planeado en forma muy razonable.


Pero es posible que uno haga cualquier cosa de puro tedio. Por aburrimiento se clava agujas de oro a la gente. Pero eso no es nada. Lo verdaderamente mal (soy yo quien vuelve a hablar) es que entonces las agujas de oro serán consideradas una bendición. El problema del hombre consiste en que es estúpido. Fenomenalmente estúpido. 


O sea, que aunque no sea estúpido de veras, es tan desagradecido, que no es posible encontrar otra criatura tan ingrata. A mí, por ejemplo, no me sorprendería en modo alguno, sí, en esa futura era de la raza apareciera de pronto un caballero con una sonrisita desagradecida, o digamos retrógrada, y, con los brazos en jarra, nos dijera:


-¿Qué les parece, amigos?, mandemos esta razón al demonio, saquémonos de debajo de los pies todas estas tablas de logaritmos y volvamos a nuestras propias y estúpidas costumbres.

  Eso no es tan enojoso por sí mismo: lo malo es que ese caballero encontraría partidarios, con toda seguridad. Porque así está hecho el hombre.

  Y la explicación es tan sencilla, que casi no parece haber necesidad de presentarla; a saber, prefiere actuar como se le antoja, y no como le dicen la razón y sus intereses, pues es muy posible que sienta deseos de actuar contra sus intereses, y en algunos casos digo que desea positivamente actuar de esa manera. Pero es es mi opinión personal.

  De manera que la libre e ilimitada elección de uno, el capricho individual, aunque sea el más loco, producto de una fantasía llevada a veces hasta el frenesí, esa es la ventaja más ventajosa que no puede ser incorporada a ninguna tabla ni escala, y que convierte en polvo, con su solo contacto, todos los sistemas y todas las teorías. ¿Y de dónde sacaron todos esos sabios la idea de que el hombre debe tener algo que en opinión de ellos es una serie de deseos normales y virtuosos? ¿Qué les hace creer que la voluntad humana tiene que ser razonable y concorde con sus intereses? Lo único que el hombre necesita de veras es la voluntad independiente, a toda costa y sean cuales fueren las consecuencias.


  Hablando de la voluntad, maldito sea si...

  -¡Ha, ja, ja! Hablando en términos estrictos, ¡eso que se llama voluntad no existe!- me interrumpirán ustedes con una risotada-. Hoy la ciencia ha logrado disecar al hombre lo suficiente como poder afirmar que lo que conocemos con el nombre de deseo y libre albedrío no es más que...

  ¡Esperen, esperen un momento! Ya iba a llegar a eso. Admito que inclusive me asusto un poco. Estaba a punto de decir que la voluntad dependía del diablo sabe que, y que quizá deberíamos estarle agradecidos a Dios por eso, pero entonces me acorde de la ciencia y eso me freno. Y en ese momento ustedes me interrumpieron. 

Ahora bien, supongamos que un día descubrieran de verdad una fórmula que constituyera la raíz de todos nuestros deseos y caprichos, y que nos dijera de que dependen estos, a que leyes están sometidos, como se desarrollan, hacia que apuntan en tal y cual caso, etcétera; es decir, supongamos que encontrasen una verdadera ecuación matemática. Bueno, lo más probable es que entonces el hombre deje de tener deseos, casi con seguridad. ¿Qué alegría podría encontrar en el hecho de funcionar de acuerdo a una tabla de tiempos? Más aún, se convertiría en un pedal de órgano, o algo por el estilo, ¿pues que es un hombre sin voluntad, deseos, ni aspiraciones, sino un pedal de órgano?

  Examinemos, por consiguiente, las posibilidades de que eso ocurra o no. ¿Qué les parece a ustedes?


   -Hummm -me dirán-, la mayor parte de nuestros deseos son errados a consecuencia de una evaluación equivocada de cuáles son nuestros intereses. Si a veces deseamos algo que no tiene sentido, ello se debe a que, en nuestra estupidez, creemos que es la forma más fácil de lograr una supuesta ventaja. Pero cuando todo eso nos ha sido explicado y elaborado en una hoja de papel (lo cual es posible, porque es despreciable y carente de razón afirmar que pueden existir leyes de la naturaleza que el hombre no logre penetrar), tales deseos dejarán sencillamente de existir. 

Pues cuando el deseo se combina con la razón, en lugar de desear razonamos. En ese caso resulta imposible conservar la razón y desear algo insensato, es decir, nocivo. Y en cuanto sea posible computar todos nuestros deseos y razonamientos (pues llegara el día en que entendamos qué es lo que gobierna a lo que ahora describimos como nuestro libre albedrío), es probable que contemos con algún tipo de tablas que orienten nuestros deseos, lo mismo que cualquier otra cosa. De manera que si un hombre le saca la lengua a alguien será porque no puede dejar de sacarla, y porque tiene que hacerlo colocando la cabeza exactamente en el ángulo en que lo hace. 

¿Y qué libertad quedará entonces en él, en particular si es un hombre culto, un hombre de ciencia diplomado? ¡Pues podrá planificar su vida con treinta años de anticipación! De todos modos, si se llega a eso no tendremos más remedio que aceptarlo.  Debemos repetirnos a cada rato que en ningún momento ni lugar nos pedirá la naturaleza permiso para nada; que debemos aceptarla tal como es, y no tal como nos la pintamos en la imaginación; que si avanzamos hacia los gráficos, las tablas de tiempos y aun los tubo de ensayo, bueno, tendremos que aceptar todo eso, ¡incluido, por su puesto, el tubo de ensayo! Y si no queremos aceptarlo, la naturaleza misma hará que...

   Sí, sí, ya sé, ya sé... Pero ahí hay un inconciente, por lo que a mí respecta. Tendrán que perdonarme, damas y caballeros, si me hago un embrollo con mis propios pensamientos. Hay que tener en cuenta el hecho de que me he pasado los cuarenta años de mi vida en una cuevas de ratones, debajo de piso. Permítanme, entonces, que de rienda suelta a mi fantasía.
  Admiro que la razón es algo bueno. Eso no se puede discutir. Pero la razón es sólo razón, y no hace más que satisfacer las exigencias racionales del hombre. Por otra parte, el deseo es la manifestación de la vida misma -de todo la vida-, y lo abarca todo, desde la razón hasta el impulso de rascarse. Y aunque la vida puede convertirse a menudo en un asunto sucio cuando somos orientados por nuestros deseos, sigue siendo vida, y no una serie de extracciones de raíces cuadradas. 


Yo, por ejemplo, por instinto quiero vivir, ejercer todos los aspectos de la vida que hay en mí, y no sólo la razón, que equivale quizás a no más de un vigésimo del todo.
 ¿Y qué sabe la razón? Sólo sabe lo que ha tenido tiempo de aprender. Muchas cosas seguirán siendo desconocidas para ella. Esto hay que decirlo aunque no tenga nada de alentador.

Pero la naturaleza humana es todo lo contrario. Actúa como una entidad, usa todo lo que tiene, lo consciente y lo inconciente, y aunque nos engañe, vive. Sospecho, damas y caballeros, que me están mirando con compasión, preguntándose cómo no logro entender que un hombre esclarecido y culto, como el hombre del futuro, no puede tener deseos deliberados de perjudicarse. 

Para ustedes es una cuestión de matemáticas puras. De acuerdo, es matemáticas. Pero déjenme repetirles por centésima vez que existe un caso en que el hombre puede desear, con plena conciencia, hacerse algo dañino, estúpido y aun totalmente idiota. Y lo hará para dejar sentado su derecho a desear las cosas más idiotas, y para verse obligado a tener sólo deseos sensatos. ¿Pero que resulta ser la cosa más ventajosa de la tierra para nosotros, como a veces sucede? En términos específicos, puede resultar más ventajoso para nosotros que cualquier otra ventaja, aun cuando resulte evidente que nos hace daño y que contraría todas las conclusiones sensatas de nuestra razón respecto de nuestros intereses. Porque, suceda lo que sucediere, nos deja nuestra posesión más importante, más preciada: nuestra individualidad.

Algunas personas reconocen, por ejemplo, que el deseo podría ser lo que el hombre más atesora. Es claro que el deseo, si así lo quiere, puede concordar con la razón, en especial si se lo usa con frugalidad, sin ir nunca demasiado lejos. Entonces el deseo resulta útil, y hasta digno de elogio.

Supongamos, damas y caballeros, que el hombre no es estúpido. (Porque, en verdad, si decimos que es estúpido, ¿a quién podremos llamar inteligente?) Pero aunque no sea estúpido, es monstruosamente desagradecido. ¡Fenomenalmente desagradecido! Inclusive diría que la mejor definición de hombre es: un bípedo desagradecido. Pero ese es todavía su defecto principal si principal defecto es su perversidad crónica, y ya ha sufrido de ella a todo lo largo de la historia, desde el Diluvio hasta las crisis de Schleswig- Golstein. 

Perversión y, por lo tanto, falta de buen sentido, pues bien, se sabe que la perversidad se debe a la carencia de buen sentido. Echen una ojeada a la historia de la humanidad y díganme qué ven en ella. ¿Les parece majestuosa? Es posible. 

El Coloso de Rodas es lo bastante impresionante como para haber impulsado al señor Anaievski a decir que algunos la consideran una obra del hombre y otros una creación de la naturaleza. ¿La encuentran llena de colorido? Sí, supongo que en la historia de la humanidad hay mucho color. 

Piénsese en todos los uniformes militares y en todas las vestimentas civiles. Esto por si mismo parece bastante impresionante. Y si pensamos en todos los uniformes que se usan en todas las ocasiones semioficiales, hay tanto colorido, que cualquier historiador quedaría deslumbrado. ¿Les parece monótona? Sí, hay mucho de razón en eso. Combaten y combaten y combaten; están combatiendo ahora, lucharon antes y volverán a hacerlo en el futuro. Sí, convengo en que es un poco monótona.

  De modo que ya ven; sobre la historia mundial se puede decir cualquier cosas; todas y cualquiera de las cosas que se le pueda ocurrir a la imaginación más mórbida. Menos una. No se puede decir que la historia sea razonable. 

La palabra se le queda a uno en la garganta. Y he aquí lo que sucede a cada rato: hombres buenos y razonables, sabios y humanitarios, tratan de vivir una vida constantemente buena y sensata, de servir, por decirlo así, de antorchas humanas para iluminar el camino de sus prójimos, para demostrarles qué puede hacerse. ¿Y qué resulta de ello? Por supuesto, tarde o temprano, estos amantes del género humano se dan por vencidos, algunos en medio de un escándalo, y a menudo de un escándolo bastante indecente.

Y ahora quiero preguntarles algo: ¿qué se puede esperar del hombre, si se tiene en cuenta que es una criatura tan extraña? Se pueden derramar sobre él todas las bendiciones de la tierra, ahogarlo en dicha, de modo que sólo se vea las burbujas que suben a la superficie de su ventura; se le puede otorgar tal seguridad económica, que no tenga que hacer otra cosa que dormir, mordisquear tortas y preocuparse de impedir que la historia mundial se interrumpa. 

Y aun entonces, por pura malicia se interrumpe. Y aun entonces, por pura malicia e ingratitud, el hombre les hará una sucia jugarreta. Inclusive pondrá en peligro su vida en beneficio de las más flagrante estupidez, de la tontería económicamente más insegura, nada más que para inyectar sus propias fantasías, desastrosas y letales, en toda la solidez y sensatez que lo rodean. Precisamente quiere preservar sus perniciosas fantasías y sus vulgares trivialidades, aunque sólo sea para asegurarse de que los hombres siguen siendo hombres (como si eso fuera tan importante), y no teclados de piano, que responde a las leyes de la naturaleza. Quien sabe por qué, al hombre le molesta la idea de no poder desear ese deseo no figura en su tabla de tiempos en ese momento.

 Pero aunque el hombre fuese otra cosa que una tecla de piano, aunque tal cosa se le pudiera demostrar por métodos matemáticos, no volvería en sí, sino que utilizaría alguna de sus tretas, por pura ingratitud, nada más que por salirse con la suya. Y si no los tuviera a mano, inventaría los medios de destrucción, de caos, y todos los tipos de sufrimiento necesarios para lograr su objetivo. 

Por ejemplo, maldeciría en voz lo bastante alta para que todo el mundo lo escuchara -maldecir es prerrogativa del hombre, y lo distingue de todos los demás animales-, y quizás el solo hecho de maldecir le daría lo que quiere, es decir, le demostraría que es un hombre, y no una tecla de piano.
 Pero se puede decir que también esto es posible calcularlo de antemano e incluirlo en la lista -el caos, las maldiciones y todo-, y que la posibilidad misma del cálculo lo impediría, de forma que predominaría la cordura. ¡Oh, no! En ese caso el hombre enloquecería adrede, nada más que para incomunicarse a la razón.

  Creo que esto es así y estoy dispuesto a jurar porque me parece que el sentido de la vida del hombre consiste en demostrarse a sí mismo, a cada instante, que es un hombre, y no una tecla de piano. Y el hombre seguirá demostrándolo, pagándolo con su piel; si hace falta, se convertirá en un troglodita. Y como esto es así, no puedo dejar de alegrarme de que las cosas sigan siendo como son y que por el momento nadie sepa qué es lo que determina nuestros deseos.