La oratoria es una de las fuerzas ciegas de la Naturaleza. Agradezco vivamente las felicitaciones que el lector me está dirigiendo por haber construido la frase anterior, y paso enseguida adecir por qué opino que la oratoria es una de las fuerzas ciegas de la Naturaleza. Y para decirlo del modo más claro trasladaré a estas cuartillas una curiosa historia. Oídme.
Mateo Ramos nació con el don de la oratoria, como podía haber nacido con una afección renal. No heredó aquella cualidad, pues sus padres no pudieron dejarle en herencia ni siquiera un cerebro selecto; así es que me sería dificilísimo explicar por qué misteriosas causas Mateo poseía el don de la oratoria.
Pero que lo poseía es indudable. Desde la cuna, la fuerza de su elocuencia se hizo sentir eficazmente a su alrededor. Su llanto al exigir —por ejemplo— el biberón, no era un llanto como el de los demás niños, ese llanto agudo, persistente e irresistible, merced al cual cuantos lo oyen piensan en el rey Herodes con melancólica nostalgia.
Su llanto era apremiante, electrizante, enérgico e imperativo, igual que un clarín. Al percibirlo, todos los de la casa se precipitaban como centellas en busca del biberón, y a los pocos segundos Mateo se encontraba con seis biberones distintos para elegir. Su elocuencia empezaba a triunfar. Y siguió triunfando.
s juguetes de sus amiguitos pasaran a sus manos. En el Instituto no se movía la hoja de un árbol ni la hoja de un libro contra la voluntad de Mateo.
Y en la Universidad él llevaba a sus compañeros a la huelga o los encerraba en las aulas con sólo un discursillo de dos o tres minutos. De suerte que Mateo Ramos, como los churreros avezados, podía ufanarse de mover la masa a su capricho.
Triunfó en la vida. Y fracasó en el amor; porque se esforzaba en enamorar a las mujeres intensificando su elocuencia, nunca supo que a las mujeres sólo se las enamora intensificando los besos.
Como todo aquel que fracasa en amor, Mateo se hizo pesimista. (Es absurdo, pero cuando un hombre ve su amor rechazado por una mujer morena, en lugar de dedicarse a buscar una mujer rubia, que sería lo lógico, se dedica a decir que la vida es una comedia odiosa, la Humanidad una jaula de chacales y la Galvanoplastia una cosa importante).
Con su pesimismo a cuestas, Mateo se hizo reconcentrado y hosco; paseaba solo, llamaba idiotas a los vendedores de cacahuetes, pegaba puntapiés a los árboles y sacaba la lengua a las estatuas. — ¡Es un caso perdido!— pensaba yo al verle. Por aquellos días ocurrió que una Sociedad cultural invitó a Mateo a dar una conferencia en sus salones. Mateo accedió. Y declaró que el título de su charla sería este extraño consejo: "¡Mátese usted vivirá feliz!" Me prometí no faltar al acto.
—A Mateo —dijo— le ha convencido su propia oratoria. Parece ser que había comprado los discos de gramófono impresionados con su conferencia. Pues bien; cuando los puso en su gramola y se oyó hablar a sí mismo, la fuerza de su oratoria era tal que Mateo quedó más impresionado aún que los discos y se comió dos kilos de estricnina.
He aquí explicado por qué he dicho al principio que a juicio mío la oratoria es una de las fuerzas ciegas de la Naturaleza
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